Nuevas tecnologías y viejas culturas
A lo largo de los siglos el desarrollo científico y tecnológico ha establecido las pautas y los ritmos de nuestra civilización. De la misma manera que la escritura definió el tránsito de la prehistoria a la historia, la aparición de la imprenta a finales de la edad media transformó la sociedad humana y abrió una nueva era, al conservar tanto el pensamiento escrito como la imagen, y permitir su difusión en numerosos ejemplares, poniéndolos así al alcance de un numeroso público. Será a partir de este momento cuando cobrará fuerza el redescubrimiento del hombre como individuo, el redescubrimiento del mundo como armonía y realidad que rodea al hombre liberado de todas las preocupaciones religiosas. Como consecuencia de tal democratización del saber, se crearon bibliotecas y universidades, y los monjes perdieron el monopolio del conocimiento. En aquellos siglos la cultura estaba ligada al poder, los trovadores iban por los castillos cantando y entreteniendo al personal, mientras que los músicos y pintores deleitaban a la realeza con conciertos palaciegos y retratos al óleo.
Hasta entonces el formato siempre era el mismo, el directo. Posteriormente en el siglo XX apareció el formato diferido. El denominado séptimo arte, supuso un auténtico fenómeno social que revolucionó los hábitos lúdicos de las masas y aunque la aparición de la televisión tras la Segunda Guerra Mundial, tambaleó temporalmente la industria de Hollywood, ambos aprendieron a coexistir pacíficamente a través de sinergias económicas y empresariales. La historia nos muestra que la industria de la cultura se adapta a los cambios tecnológicos. Las tecnologías cambian los modelos de negocio, destruyendo antiguos oficios y formas de vida y creando nuevas profesiones y necesidades.
Hoy en día, las tecnologías de la información, están representando algo muy parecido a lo que significó la imprenta en el siglo XV: una nueva dimensión en lo que a la democratización del saber se refiere, con el consiguiente progreso y desarrollo social que esto significa. Pero el mundo digital es a la vez el reino de la libertad y el reino de la vigilancia. De lo que hagamos con esa libertad y de cómo seamos capaces de controlar a los controladores depende que nuestros hijos decidan sus vidas o que inauguren la era del totalitarismo digital. Por eso es importante ser extremadamente cuidadoso, comprensivo e imaginativo al legislar todo lo que afecta a Internet.
Durante los últimos 5 siglos, la transmisión del saber y de la cultura se ha llevado a cabo fundamentalmente a través de soportes físicos como papel, vinilo, CD, libro electrónico, disco duro. Soportes que almacenan información en forma de señales y datos. En torno a estos han surgido potentes industrias editoriales, casas discográficas, productoras de cine, comercio electrónico, etc. Pero la tecnología de los últimos tiempos está superando al soporte, permitiendo escuchar música, leer libros y ver cine, sin que estos contenidos tengan que estar previamente guardados en ningún soporte físico. Los consumimos directamente de una nube y luego los dejamos ahí. Este nuevo hito tecnológico representa un nuevo paradigma en la forma de consumir, que como poco exige reflexión e imaginación. La tecnología se impone y desfasa a la norma.
Si bien estamos de acuerdo en que la propiedad intelectual es sagrada y hay que garantizarla siempre, también somos partidarios de que hay que conciliar los derechos de autor con las nuevas tecnologías. Y sobre todo hay que adaptarse a los nuevos retos tecnológicos y no frenarlos de la forma más rancia y simplona con leyes que atentan contra la libertad en Internet al mismo tiempo que siguen permitiendo monopolios como la SGAE. Tanto la Ley Sinde como el acuerdo ACTA son parte de una nueva ofensiva de los estados y las multinacionales por controlar internet y, por ende, a la ciudadanía. Vivimos tiempos en los que hay propiciar un gran debate social entre creadores, consumidores y empresarios, adaptándose todos a los nuevos cambios tecnológicos y plantear una reforma en profundidad de la ley de la propiedad intelectual.
La democratización de la cultura vía internet es imparable y en este contexto es absurdo pretender que las formas de difusión de la cultura permanezcan inalterables. Salvando muchas variables de espacio y tiempo, es como si los monjes del medievo hubiesen impedido la creación de bibliotecas y universidades porque ellos tenían el monopolio del saber.
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