viernes, 2 de septiembre de 2011

Mi experiencia Africana

Este verano he realizado un viaje apasionante por el continente africano. Sin lugar a dudas ha sido el mejor viaje de mi vida: original, cómodo,  instructivo y muy barato. Volamos de Gran Canaria en vuelo directo a Acra, provincia de  Ghana. Luego fuimos en autobús a  Kumasi, a través de 500 Km de caminos polvorientos y semidesérticos.  Dar es Salam, Kampala, Zanzibar, Nigeria,  Ruanda, Lagos y por último Etiopia. Si, aunque parezca  increíble, fué todo en una escasa semana.  

Al dejar atrás nuestra bendita y benigna panza de burro y quizás como consecuencia de la misma,  lo primero que me llamó la atención en Africa fué su luz, esa luz tropical, ardiente y cegadora  que hace que todo resplandezca bajo el sol con una intensidad y un brillo especial.  La otra  variable sensorial que se percibe continuamente en África y que interactúa potenciando la visual, es la olfativa. El olor de los cuerpos acalorados, de la canela y del  pescado secándose al sol, nos recuerda constantemente el papel dominante de la biología en ese imparable ciclo sin fín de la vida. Esa vida que seduce y asquea a la vez. La vida que germina,  florece y se pudre.

Pero además de la multitud de percepciones sensoriales y transformaciones espirituales que el viajero experimenta al llegar a África, lo más sorprende de este  desdichado y gran continente, es su gente. Esa gente que está perfectamente encajada  en el paisaje, en la luz y en el olor. En Acra la vida se hace en la calle y en ella avanzan juntos  peatones, coches,  animales y  bicicletas. Las mujeres no paran de hablar y  gritar, mientras cocinan en medio de las calle. Y no solo cocinan, sino que viven en las calles, compartiéndolo todo, porque en África el individualismo es sinónimo de desgracia, de maldición. La tradición africana es colectivista porque solo dentro del grupo  puede hacerse frente a las adversidades de la naturaleza y del destino.   

A lo largo de tan extenso viaje, creo que puedo afrimar sin riesgo de  error,  que la esencia de África es su infinita diferenciación. La cultura de cada pueblo consiste en un mundo aparte, único e irrepetible. Desde nuestra mentalidad occidental simpre proclive al reduccionismo racional, el continente Africano supera nuestra capacidad de esquematización. A lo largo y ancho de África, toda comunidad tiene una cultura que le es privativa, un original sistema de creencias y costumbres que junto con su lengua y sus tabúes, dan como resultado algo extraordinario, complejo, misterioso y embrollado, que escapa y supera nuestra capacidad de análisis y síntesis.

Las familias son numerosas y se reúnen constantemente. Varias familias,  con antepasados comunes, constituyen un clan. El jefe del clan adquiere rango  de naturaleza sagrada y representa la unión entre el mundo de los antepasados y el de los vivos. Varios clanes constituyen una tribu.  A veces las tribus constituyen pueblos poderosos, de varios millones de personas. Este origen tribal,  genuino y marcadamente diferenciado,  es uno de los motivos por los que la política interna de África resulta ser tan compleja. Cuando los colonialistas europeos se repartieron el continente en el siglo XIX, metieron a unos 10.000 reinos, federaciones y comunidades tribales en las fronteras de apenas 40 colonias. Ese  reduccionismo occidental implantado en forma reorganización   territorial, sigue siendo el origen de muchos conflictos y rencillas interétnicos que asolan sin tregua el continente africano.  Pero el  verdadero origen del problema africano, que se manifiesta en forma de guerras, hambrunas, expolios y catástrofes, hunde sus raíces en el racismo, en el desprecio hacia el diferente: el negro, en el comercio de esclavos y tantas barbaridades que se han hecho en nombre de la civilización, la religión y el progreso y que han marcado con odio y sangre las relaciones coloniales africanas  desde el siglo XV. 

Este viaje fascinante no fue planificado en ninguna agencia de viajes, ni siquiera por Internet.  Simplemente fue un regalo de mi hija. Un magnífico libro que desde aquí recomiendo a todos los aventureros de salón que como yo,  quieran conocer África. Se llama  Ébano,  de Ryszard  Kapuscinski.

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